El desarrollo de liderazgo desde una perspectiva objetivista se centra en la racionalidad y la autonomía, donde el líder es alguien que guía mediante el uso de la razón para identificar y alcanzar objetivos personales y colectivos. En este enfoque, el líder debe actuar según sus propios intereses racionales, sin sacrificar sus valores ni depender de la aprobación de los demás. La verdadera fuerza de un líder no reside en su capacidad para influir o manipular a otros, sino en su competencia, en la toma de decisiones fundamentadas en la realidad objetiva, y en su capacidad para enseñar y guiar a otros hacia su propio desarrollo y éxito.

Desde el objetivismo, el liderazgo implica la integridad, es decir, actuar siempre de acuerdo con principios sólidos y coherentes, y el egoísmo racional, donde el líder busca su propio bienestar y crecimiento sin comprometer el respeto por la autonomía de los demás. Este tipo de liderazgo fomenta relaciones basadas en la colaboración mutua entre individuos que comparten metas racionales, promoviendo un ambiente donde el éxito individual y colectivo se alcanzan a través de la competencia, la autenticidad y la superación constante.